miércoles, 24 de octubre de 2012

Internet, ese gran desconocido


Internet, necesario, importante y miles de cosas más. Al pensar en Francia, cualquiera piensa en un país desarrollado en el que las cosas básicas como el Internet o el agua caliente se pueden tener pronto. Y por suerte, agua caliente tenemos, pero nos está costando más instalar una línea de teléfono y un módem que si estuviéramos de Erasmus en Bostwana. De momento sobrevivimos a base de continuos cabreos con los de Bouygues (=la compañía torpe de teléfono e internet susodicha) y de un internet robado de la calle que de vez en cuando funciona.
Con el baile de internet-sí internet-no han ido pasando las semanas y ha ido creciendo el polvo en este blog que pretendía ser una crónica regular y semanal, o algo parecido. Lo que en un primer momento me sorprendía y pensaba “esto lo voy a contar en el blog, cuando escriba”, ahora es mi realidad cotidiana, y las anécdotas pequeñas se han sumado de tal manera que resulta imposible contarlas todas.

De repente ha pasado el tiempo y octubre ha volado, y casi se va a convertir en noviembre. Las hojas de los árboles del Boulevard du Roi René son todas amarillas y marrones y la mayor parte de ellas están en el suelo y las piso con la rueda de mi bici cada vez que paso para ir a clase. Incluso mi vélo ha tenido tiempo para estropearse en este mes raro que ha pasado como si todavía no hubiésemos deshecho las maletas. Comienza a hacer frío, aquí, y ya encendemos la calefacción y llevamos bufandas. La lluvia de Angers y el otoño se han metido ya por dentro de cada grieta de la madera de casa y hacen que la euforia veraniega con la que comenzó esta aventura se sosiegue un poco con ese goteo lento de la lluvia constante.
Incluso hemos hecho planes muy otoñales como tomar café y té con un bizcocho de chocolate recién hecho y frambuesas del huerto de Teresa y Andrea, las gallegas más majas del mundo.
La vida que llevamos todos se va estabilizando y nos acostumbramos a los horarios locos de los que disfrutamos por obligación, entre tanta gente van apareciendo amigos, y poco a poco vamos “deshaciendo maletas” y sintiéndonos un poco más como en casa. También hemos hecho pequeños viajes y hemos ido varias veces a hacer “la compra del mes”.
Sin embargo el tilo que se ve desdemi ventana aún tiene muchas hojas verdes, como si quisiera que no me desalentase ante lo rápido que corre el tiempo..."todavía queda otoño", parece decir. 


Y así, día a día, il faut s’habituer à certaines choses. A todo se acostumbra uno, y en un mes da tiempo a muchas cosas.
Me he acostumbrado, o mejor dicho, me he tenido que acostumbrar a cosas varias, como a cocinar con un mini-fuego eléctrico, o a vivir sin microondas, o sin tele, o sin sofá (*tenemos algún sillón decente, eso sí). 
En este fueguito mini hemos heco grandes manjares como una maravillosa lasagna, judías verdes con jamón o berenjenas rellenas. 

Una cosa que he aprendido es que las neveras hacen ruido, y cada noche comienza el concierto de mi nevera cuando me voy a la cama, que a veces se convierte en concierto para nevera y lavadora si Maxime enciende su machine à laver por la noche. Por supuesto me he tenido que acostumbrar a ese omnipresente ruidito que estoy segura que no voy a echar de menos cuando llegue a casa.

Mi querida nevera concertante y mi querido mini horno

Entre otras cosas de las que han pasado este mes, es que nuestro casero decidió que en nuestro pasillo-salón, lo mejor era poner una luz que se enciende automáticamente. Es decir, que cuando pasas debajo o cerca, se enciende sin necesidad de darle a ningún interruptor. "¡Gran idea!"- pensamos todos ."¡Craso error!"- decimos ahora. Nos hemos tenido que acostumbrar a eso, lo que quiere decir que cuando estás cenando, leyendo o desayunando se te puede apagar la luz y hemos adquirido el reflejo de comenzar a convulsionar como si tuvieras el baile de San Vito hasta que la luz dichosa quiera volver a encenderse. Yo no lo he visto desde fuera pero debe de resultar muy cómico ver a alguien en pijama mover brazos y piernas con la luz apagada.

Otra de mis nuevas cosas habituales es escuchar un silbidito o canturreo siempre presente de Maxime, que escucha 4 o 5 canciones a la semana así como 25 veces al día cada una. La semana pasada  tocaba Bleeding Love, una de Taylor Swift y otras dos o tres de adolescentes lamentándose, que no sé quién las canta pero ya me las sé de memoria.

Una cosa muy graciosa es cómo “nos” (a varios Erasmus nos sucede) hemos acostumbrado a comprar como auténticas marujas. Raquel y yo cogemos nuestro carro (tenemos carro de la compra y todo para esos menesteres) y nos vamos a un gran supermercado y compramos mirando SIEMPRE a cuánto sale el kilo, el litro, o la unidad si se trata de huevos. Tenemos un estudio comparativo de marcas blancas y vamos alternando Carrefour discount o Tous les jours, la del Casino. Planeamos nuevas excursiones a mundos  aún inexplorados como el Super U (con su correspondiente marca blanca Bien vu), del que nuestras corresponsales galegas nos han dado buenos partes y recomendado fervientemente ir allí. Así va nuestra vida maruja, aunque de momento duermo sin rulos (todo se andará).Y la última cosa a la que me he acostumbrado muy rápido y estupendamente es a vivir en el centro, y a moverme partout con mi querida vélo.
Éstas somos Raquel y yo en nuestras horas libres de marujismo

Esta entrada de “vuelta” al blog es un poco inespecífica, pero puedo prometer (creo) y prometo escribir sobre otras muchas cosas que me suceden aquí y mi entorno de cada día. 
Bisous a todos :)
                                                     

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