Internet, necesario, importante y
miles de cosas más. Al pensar en Francia, cualquiera piensa en un país
desarrollado en el que las cosas básicas como el Internet o el agua caliente se
pueden tener pronto. Y por suerte, agua caliente tenemos, pero nos está
costando más instalar una línea de teléfono y un módem que si estuviéramos de
Erasmus en Bostwana. De momento sobrevivimos a base de continuos cabreos con
los de Bouygues (=la compañía torpe de teléfono e internet susodicha) y de un
internet robado de la calle que de vez en cuando funciona.
Con el baile de internet-sí
internet-no han ido pasando las semanas y ha ido creciendo el polvo en este
blog que pretendía ser una crónica regular y semanal, o algo parecido. Lo que
en un primer momento me sorprendía y pensaba “esto lo voy a contar en el blog,
cuando escriba”, ahora es mi realidad cotidiana, y las anécdotas pequeñas se
han sumado de tal manera que resulta imposible contarlas todas.
De repente ha pasado el tiempo y
octubre ha volado, y casi se va a convertir en noviembre. Las hojas de los
árboles del Boulevard du Roi René son todas amarillas y marrones y la mayor parte
de ellas están en el suelo y las piso con la rueda de mi bici cada vez que paso
para ir a clase. Incluso mi vélo ha
tenido tiempo para estropearse en este mes raro que ha pasado como si todavía
no hubiésemos deshecho las maletas. Comienza a hacer frío, aquí, y ya
encendemos la calefacción y llevamos bufandas. La lluvia de Angers y el otoño
se han metido ya por dentro de cada grieta de la madera de casa y hacen que la
euforia veraniega con la que comenzó esta aventura se sosiegue un poco con ese goteo lento de la lluvia constante.
Incluso hemos hecho planes muy otoñales como
tomar café y té con un bizcocho de chocolate recién hecho y frambuesas del
huerto de Teresa y Andrea, las gallegas más majas del mundo.
La vida que llevamos todos se va
estabilizando y nos acostumbramos a los horarios locos de los que disfrutamos
por obligación, entre tanta gente van
apareciendo amigos, y poco a poco vamos “deshaciendo maletas” y sintiéndonos un
poco más como en casa. También hemos hecho pequeños viajes y hemos ido varias
veces a hacer “la compra del mes”.
Sin embargo el tilo que se ve desdemi ventana aún tiene muchas hojas verdes, como si quisiera que no me desalentase ante lo rápido que corre el tiempo..."todavía queda otoño", parece decir.
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Y así, día a día, il faut s’habituer
à certaines choses. A todo se
acostumbra uno, y en un mes da tiempo a muchas cosas.
Me he acostumbrado, o mejor
dicho, me he tenido que acostumbrar a cosas varias, como a cocinar con un
mini-fuego eléctrico, o a vivir sin microondas, o sin tele, o sin sofá
(*tenemos algún sillón decente, eso sí).
En este fueguito mini hemos heco grandes manjares como una maravillosa lasagna, judías verdes con jamón o berenjenas rellenas. |
Una cosa que he aprendido es que las neveras hacen ruido, y cada noche comienza el concierto de mi nevera cuando me voy a la cama, que a veces se convierte en concierto para nevera y lavadora si Maxime enciende su machine à laver por la noche. Por supuesto me he tenido que acostumbrar a ese omnipresente ruidito
que estoy segura que no voy a echar de menos cuando llegue a casa.
Mi querida nevera concertante y mi querido mini horno |
Entre otras cosas de las que han
pasado este mes, es que nuestro casero decidió que en nuestro pasillo-salón, lo
mejor era poner una luz que se enciende automáticamente. Es decir, que cuando
pasas debajo o cerca, se enciende sin necesidad de darle a ningún interruptor. "¡Gran idea!"- pensamos todos ."¡Craso error!"- decimos ahora. Nos hemos tenido que acostumbrar a eso, lo que quiere decir que
cuando estás cenando, leyendo o desayunando se te puede apagar la luz y hemos
adquirido el reflejo de comenzar a convulsionar como si tuvieras el baile de San
Vito hasta que la luz dichosa quiera volver a encenderse. Yo no lo he visto
desde fuera pero debe de resultar muy cómico ver a alguien en pijama mover
brazos y piernas con la luz apagada.
Otra de mis nuevas cosas
habituales es escuchar un silbidito o canturreo siempre presente de Maxime, que
escucha 4 o 5 canciones a la semana así como 25 veces al día cada una. La
semana pasada tocaba Bleeding Love, una
de Taylor Swift y otras dos o tres de adolescentes lamentándose, que no sé
quién las canta pero ya me las sé de memoria.
Una cosa muy graciosa es cómo “nos”
(a varios Erasmus nos sucede) hemos acostumbrado a comprar como auténticas
marujas. Raquel y yo cogemos nuestro carro (tenemos carro de la compra y todo
para esos menesteres) y nos vamos a un gran supermercado y compramos mirando
SIEMPRE a cuánto sale el kilo, el litro, o la unidad si se trata de huevos.
Tenemos un estudio comparativo de marcas blancas y vamos alternando Carrefour discount o Tous les jours, la del Casino. Planeamos
nuevas excursiones a mundos aún inexplorados como el Super U (con su
correspondiente marca blanca Bien vu), del que nuestras corresponsales galegas nos han dado buenos partes y recomendado fervientemente ir allí.
Así va nuestra vida maruja, aunque de momento duermo sin rulos (todo se
andará).Y la última cosa a la que me he
acostumbrado muy rápido y estupendamente es a vivir en el centro, y a moverme partout con mi querida vélo.
Esta entrada de “vuelta” al blog
es un poco inespecífica, pero puedo prometer (creo) y prometo escribir sobre
otras muchas cosas que me suceden aquí y mi entorno de cada día.
Bisous a todos :)
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