Desde hace mucho tiempo he
pensado, ya mucho antes de venir a Francia, que los franceses adoran las
siglas. Las utilizan constantemente y hay miles de acrósticos o acrónimos o
como se llamen, con significados que todos tienen muy claros pero que a mí a veces
se me escapan. SCNF, RER, RIB (=número de cuenta), IALH (=mi nueva facultad),
CAF (= ayuda estupenda para el alquiler que nos salva la vida a los estudiantes
pobres y de la cual yo aún no he visto un duro)…y, por poner otro ejemplo, SDF,
o sea, Sans Domicile Fixe. Es de esta forma como los franceses llaman a los
pobres de solemnidad, a los vagabundos vaya. Sin domicilio fijo, o sea, un
eufemismo que te cagas para llamar a los pobres Sans toit.
Y en ese grupo de Sin domicilio fijo (en el
sentido más literal del término) me encontraba yo a día 30 de agosto, recién
aterrizada (aterrizada es un decir, porque llegué en varios trenes), sin tejado
pero con una residencia temporal y muy extraña que me sirvió de Domicilio provisional.
Lo de la residencia y sus habitantas, porque era una residencia femenina, da
para varias novelas y alguna película de terror, pero eso ya lo dejo para otro
rato. Mi desesperación pasajera, por suerte, duró poco, y, hop, tout d’un coup, dejé de ser SDF para ser
ADF (Avec Domicile Fixe. Como ahora vivo en Francia me considero en derecho de
inventarme siglas, así que no sé si existe pero ahora ya soy “de los que”
tienen casa).
En realidad los trámites no fueron tan rápidos ni por asomo ya
que para alquilar un piso en Francia hacen falta más papeles que para montar
una tienda de armamento nuclear.
Y después de dossieres y dossieres y firmas de
contratos y avales y demás historias, una rubia con una sonrisa de oreja a
oreja, literalmente, me dio las llaves de mi actual maison.
Y voilà. Mi casa es en
realidad una suma de estudios con un pasillo-salón en un ancien batîment, que suena mucho mejor que decir que vivo en un
edificio viejo, viejo, viejo… pero con mucho encanto, una cosa por la otra. Mi
casa vieja vieja y con encanto cruje. Cruje el suelo, crujen las escaleras al
subir, crujen las puertas del descansillo de la entrada. Una pizza crujiente o
un hojaldre crujiente son cosas deseables pero no tengo del todo claro que en
una casa el adjetivo crujiente tenga connotaciones positivas. Aparte de crujir
la casa no está mal. Tengo tres compañeros de piso estupendos (Fátima, Raquel y
Maxime) y una ventana grandísima que me van a cambiar pronto con vistas a un
jardín.
La rubia estupenda de la inmobiliaria nos dijo
que si teníamos problemas contactásemos con la inmobiliaria y que no teníamos
que contactar con el casero para nada. Pero la realidad es un poco diferente y
el casero es un señor que nació a la vez que construyeron el edificio digo yo,
o sea, hace unos 200 años por lo menos. Por lo tanto, y a pesar de su soberana
ancianidad y lo despacito que anda, se pasea por aquí con bastante (demasiada)
frecuencia para informarnos de cosas variadas. Viene siempre con un jersey de
lana que debe de tener también su edad (la del casero y la del edificio), y
siempre tiene pomada en la oreja con lo cual la imagen que da no es exactamente
la de abuelito apacible sino la de señor extraño que sube nuestras múltiples y crujientes escaleras despacito y agarrado a la barandilla. Mais enfin..
Pero a pesar de todas estas
cosas, estoy muy contenta chez moi. Algunas
cosas geniales de vivir aquí es que estoy al lado de todo: al lado de la
facultad, al lado del centro, al lado de la estación… Y una vez asentada en mi
habitación ya ha dejado de ser un
edificio viejo y desolado y un lugar más habitable y que puedo llamar “mi
casa” por unos meses. Otra de las cosas buenas son mis compañeros. Con mis dos
compis españolas me entiendo muy bien y son fantásticas, y con Maxime, es decir, mi compañero
francés, también.
Maxime es un niño con mentalidad
de 15 años (aunque en su Carte d’identité pone 18) que vive independizado y
trabaja como el dice en el “MacDó”, o sea, en el McDonald’s (llevando una
gorrita y todo). Además, él dice que estudia por correspondencia pero no
termino de tener claro en qué consisten esos estudios porque lo único que hace
es unos test matemáticos que tienen pinta de aburridísimos. Lo que sé
(positivamente) de Maxime es que canta y silba a todas horas, y a veces con
música por encima. No sé cuánto francés aprenderé aquí (de momento, voy
progresando, creo ), pero lo que es seguro es que me voy a aprender la canción
de Hakuna Matata en francés par coeur.
Como Maxime ha salido de casa de mamá pero
no ha salido de la infancia todavía, me parece, escucha Hakuna Matata todo el
tiempo, (saaans aucun soucii, philosophieeeeeeeeeee), eso y otras músicas de
adolescentes yankees (también se peina como si tuviera la melena de Mufasa a
todas horas y tiene unas poses estudiadísimas). Pero es muy gracioso, Maxime, a
pesar de todo, y nos cuenta su vida y su relación con su no-novia Alice y sus
reflexiones profundas de andar por casa (Ej. "Si no me entendéis, es porque no
vocalizo, si no vocalizo, es porque soy tímido, aunque no lo parezca, y quizás
inseguro"… o…"si me pongo esta camiseta verde para salir, llamo demasiado la
atención de las chicas y van a pensar
que soy demasiado creído"… y todo en este plan).
Y esto es todo por hoy, seguiré
contando mi vida francesa en breves a
quien le interese y no tenga nada mejor que hacer que leer mis aventuras
y desventuras. Próximas informaciones: la Universidad, la orquesta de la que
ahora formo parte, la ciudad en la que vivo… y espero que lo escriba desde mi
casa, ya que la peor de las cosas en este momento es que no tenemos internet a
pesar de tener un estupendo módem que no quiere conectarnos con el mundo.
Bisoux =)
Que como soy muy fan (¿o era muy ídolo?)de tes aventures angevines, estoy esperando una nueva entrega...
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